Mi primer post
Después del bonito, mas nostálgico post de mi compañera de Blog Ana, me dedico a escribir un par de líneas...para que las leamos nosotros dos, porque nadie más visita esto. Tengo ganas de escribir algo relacionado con el mensaje anterior, así que mejor paso a relatarles un pequeño cuento de un nene que se llamaba Juan Pablo. Digo se llamaba porque se murió hace un par de años...Resulta que este chico se pasaba las mañanas en el colegio, las tardes jugando con sus amigos en las casas o al fútbol en la calle, y a la noche comía lo que le hacía su abuela y se iba a dormir muy contento. Un día se levantó sin saber que esas iban a ser las últimas veinticuatro horas de su vida. Desayunó, como siempre, Nesquik con galletitas. Espero sentado en el living con la mochila a un costado que venga el transporte que lo llevaría al colegio. Después de un rato ya estaba allí, rodeado de sus compañeros, en un clima entre soñoliento y alegre, ansioso por la llegada del profesor de música, su materia preferida. Rió, se divirtió, jugó y comió. Y llegó la hora de marchar. Se despidió de todos sus compañeros, o al menos de los que alcanzó y se subió al mismo transporte que lo había traído horas antes. Al llegar a su casa, notó una gran cantidad de autos en la entrada, cosa inhabitual ya que vivía con sus abuelos y sus hermanas, y tan sólo uno de estos tenía autos. Pensó que podía ser el padre, con alguno de sus amigotes, reclamando la tenencia del niño que tan bien se sentía rodeado de afecto genuino. Pero no. No eran ni el padre, ni sus amigotes, ni el novio de la hermana ni una visita inesperada de su tío chaqueño. Eran extraños. O casi todos. Todos cabizbajos. Miraban al pequeño como si pasase un fantasma, con cara de asombro, pero con un dejo de lástima en sus ojos. Al entrar vió a su abuela sentada en el sillón, llorando desconsoladamente, pero con el incondicional apoyo de sus dos nietas mayores, que la acompañaban incluso en el llanto. Casi por intuición, el niño supo que había pasado. Su abuelo. La persona que tanto había querido, con quien había compartido tantos mates, tantas historias, tantas tardes modelando barquitos en madera, ya no estaba. Una lágrima se escurrió por la mejilla derecha, a la que luego sucedió una catarata. Las mismas cataratas que un día vieron nacer a ese hombre grande, de cuerpo y de alma, hoy lo veían irse. Siempre inmutables. Siempre lejanas. Ese día, Juan Pablo supo que con su abuelo había muerto ese niño.
1 comment:
Que Triste Verdad...
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