kyra vuelve

Kyra murió. Qué desazón. La pobre niña no tuvo mejor suerte que ser aplastada por una heladera. Blanca como una nube, triste cual virgen atormentada por la represión de su sexo, con su pelo castaño enrojecido por la presión del bulto mortal. Así, encontramos a Kyra.

Stella e Iliana -una con un par de copas de más, la otra con un llanto más de mal atendida que de activista feminista- nada dijeron de esta pobre niña, asesinada por la frialdad de un mundo mecánico, consumido por su histeria.

La miraba. “Pobrecita”. Las lágrimas que algunas vez guardé, afloraban y se precipitaban sobre su cuerpecito sin vida. En eso, la tomé entre mis brazos y la llevé hasta un sillón. Apoyé mi cabeza sobre su pecho. Silencio. Quise que mi llanto le diera vida nuevamente, pero sólo logré mojarla más, lo que hizo enojar a todos porque habría que ponerla a secar. No se ven bien los velorios con pequeños húmedos.

“¡Podés dejar de abrazar a un cadáver, Gabriel!”, me gritaban iracundos. Yo sólo quería darle vida. Entre dos la levantaron de los pelos. El velatorio ya estaba preparado. La policía revisaba el lugar. Una conversación sobre el refrigerador se escuchó en la cocina. El sargento Gómez le compró una igual a su esposa la semana pasada y ésta sin embargo lo engañó con el comisario Fernández.

Kyra no podía irse al otro mundo sin un gesto de amor, el único que tendría en toda su vida. Deslicé mi mano entre sus cabellos. Los hice una colita y le coloqué un chuflín amarillo, rosa y celeste para que contuviera la maraña entremezclada de hilos castaño-rojos.

Ella despertó. Miró en derredor y lloró. La incontable eternidad le había dado otra chance. El chuflín resplandeció. El perfume de una sábana filtrada por los fluidos de una noche de pasión la envolvió y la hizo sonreír.