Según los tratados horoscopales, el unicornio de papel ocupa
da capo hasta el
finale un
forte papel preponderante en el
mezzopiano devenir cósmico astral. Es decir, su trascendencia subyacente coincide con una ontología introyectada
ad infinitum en la pleura del miasma humano, ahí en una perenne proximidad a los efluvios esenciales del orbe original, en el
coitus interruptus del séptimo día. El hombre preadamita, poseedor de una
tabula rasa en lugar de un neocórtex apegado a un ordenamiento racional cartesiano, moraba noctívago y flamívoro en una naturaleza carente por completo de mandatos éticos, etilicos, etéreos, etíopes, etimológicos y etcétera, y en cambio gozaba del sistema límbico de un mono peludo —si se me permite la terminología un poco guaranga, inadecuada para un
Tractatus Totus Tuus (1) como el presente—, que le concedía virtualmente una comunión de edénico candor con la
salamanca non da, la
natura non presta, el
ave Fénix, el
ave roc, el
ave César, las
raras avis in Terris, y la
Terra Incognita, armonía ecológica de la cual se vio despojado el psiquismo del
Homo sapiens —que no es lo mismo que
H. sapiens sapiens— cuando un pajarito denominado
Archaeopteryx (2) le batió, de una, que era pariente lejano del
Tyrannosaurus rex, lo que más o menos viene a significar que:
si tienes un canario, tienes un lagarto terrible (3). Todo esto imponía un
cunnilingus que, en una sincronicidad polirrítmica, polifónica, polícroma, políglota, poligámica, polisémica y polichinela, acontecía sin conexión causal junto a una
fellatio inmanente entre Eva y la serpiente, práctica de retroalimentación kamasútrica simbolizada
ad libitum por la imagen sempiterna y circular del Ouroboros —sobre la cual Nietzsche
(4) y Pascal
(5) han dejado sendas frases insignes, y si no fue así, que se jodan— y por el número 69. Todo esto, subsumido en la replicancia de una carrera al filo del borde, al borde del filo. En resumidas cuentas, el complejo R no estaba compartimentado con las divisiones del ello, yoicas, superyoicas, dicroicas y narciso-egotísticas que sí se observan en seres que pertenecen a la especie del que escribe esta sanata (o sea, yo) y de los que la leen (o sea vosotros)
(6).