Mi viejo
Nunca pensé que realmente quisiera a mi viejo. Pero ahora que lloro, me doy cuenta de que sin lugar a dudas, los recuerdos que tengo guardados de él en mi inconsciente están latentes.
La última vez que lo vi fue en el 2003 para mi cumpleaños. Nadie había organizado nada y a él se le ocurrió organizar un almuerzo en Los Chanchitos. Así de la nada. Yo cumplía 21 años y creía que todavía me quedaba toda la vida para entenderlo. Para poder hablar con él de nuestras diferencias o de las cosas que yo considero que hizo mal como padre.
No puedo recordar bien ese día, pero sí me acuerdo de la conversación que tuvimos cuando el me trajo en auto hasta mi casa. Nos pusimos a discutir –por primera y única vez- sobre el periodismo libre, según él no existe, ni nunca va a existir. Yo quiero pelear para que exista. Me dejó un billete de 50 dólares y se fue. Lo tenía guardado “para una emergencia”, ahora es mi último recuerdo.
Tengo miles de fotos de cuando era chiquito con él, las tengo por ahí, no quiero verlas por ahora. Tal vez, no quiera volver a verlas nunca. No entiendo porque cuando uno es joven, es tan poco expresivo. Porque todo lo “cursi” se deja para cuando uno es viejo. Cuando sea viejo, ya no habrá nada que decir.
Yo con las trolas y mi hermano con la verdad. No podía enfrentarlo. No podía ir a ver a sus amigos para que me contaran lo que paso. Me fui al cabarulo. Estuve con una puta medio loca, que me pidió que me sacara la barba porque tapa –según ella- “la hermosa boca” que tengo. Me decía cosas raras todo el tiempo. Se hacía pasar por borracha y me pedía que la cargue hasta la cama. Se tomó el trabajo de contar todos y cada uno de los lunares de mi cuerpo. Y lanzó una confesión intrigante: “Hay 3 cosas que le miramos las mujeres a los hombres: la cara, el culo y el bulto”.
A mi viejo nunca le conté que iba al prostíbulo. Por ahí se hubiera cagado de risa. Ya me lo imagino diciéndome: “lleva forro porque mirá que el sida es una epidemia, y sólo los inteligentes se salvan, los que se cuidan”. Casualmente, hoy no me cuidé. Me importó un carajo. Le chupé la concha a la trolincha para dejarlo bien en claro.
Este año para mí ha sido estrepitoso. Hay muchos éxitos acompañados de mucho dolor. La muerte de mi viejo es el colmo. ¿Qué espera la vida? Ya no puedo más. ¿Acaso hice un pacto con el Diablo? ¿El éxito a cambio de mi viejo y mi abuela? La muerte de mi abuela pude soportarla, ya tenía 90 años. Pero a mi viejo le quedaba mucho todavía. No es justo. No me dio la oportunidad de verlo nunca más. De poder llegar a sentirlo inmediato y no tan lejano y vago como siempre lo sentí. Se fue y a mí todavía me quedan muchas preguntas que hacerle. Muchas respuestas que dejan un vacio. Tal vez las invente, tal vez las escuche en el viento. Y también quedan muchas cosas que decirle. Por lo menos decirle adiós.
La última vez que lo vi fue en el 2003 para mi cumpleaños. Nadie había organizado nada y a él se le ocurrió organizar un almuerzo en Los Chanchitos. Así de la nada. Yo cumplía 21 años y creía que todavía me quedaba toda la vida para entenderlo. Para poder hablar con él de nuestras diferencias o de las cosas que yo considero que hizo mal como padre.
No puedo recordar bien ese día, pero sí me acuerdo de la conversación que tuvimos cuando el me trajo en auto hasta mi casa. Nos pusimos a discutir –por primera y única vez- sobre el periodismo libre, según él no existe, ni nunca va a existir. Yo quiero pelear para que exista. Me dejó un billete de 50 dólares y se fue. Lo tenía guardado “para una emergencia”, ahora es mi último recuerdo.
Tengo miles de fotos de cuando era chiquito con él, las tengo por ahí, no quiero verlas por ahora. Tal vez, no quiera volver a verlas nunca. No entiendo porque cuando uno es joven, es tan poco expresivo. Porque todo lo “cursi” se deja para cuando uno es viejo. Cuando sea viejo, ya no habrá nada que decir.
Yo con las trolas y mi hermano con la verdad. No podía enfrentarlo. No podía ir a ver a sus amigos para que me contaran lo que paso. Me fui al cabarulo. Estuve con una puta medio loca, que me pidió que me sacara la barba porque tapa –según ella- “la hermosa boca” que tengo. Me decía cosas raras todo el tiempo. Se hacía pasar por borracha y me pedía que la cargue hasta la cama. Se tomó el trabajo de contar todos y cada uno de los lunares de mi cuerpo. Y lanzó una confesión intrigante: “Hay 3 cosas que le miramos las mujeres a los hombres: la cara, el culo y el bulto”.
A mi viejo nunca le conté que iba al prostíbulo. Por ahí se hubiera cagado de risa. Ya me lo imagino diciéndome: “lleva forro porque mirá que el sida es una epidemia, y sólo los inteligentes se salvan, los que se cuidan”. Casualmente, hoy no me cuidé. Me importó un carajo. Le chupé la concha a la trolincha para dejarlo bien en claro.
Este año para mí ha sido estrepitoso. Hay muchos éxitos acompañados de mucho dolor. La muerte de mi viejo es el colmo. ¿Qué espera la vida? Ya no puedo más. ¿Acaso hice un pacto con el Diablo? ¿El éxito a cambio de mi viejo y mi abuela? La muerte de mi abuela pude soportarla, ya tenía 90 años. Pero a mi viejo le quedaba mucho todavía. No es justo. No me dio la oportunidad de verlo nunca más. De poder llegar a sentirlo inmediato y no tan lejano y vago como siempre lo sentí. Se fue y a mí todavía me quedan muchas preguntas que hacerle. Muchas respuestas que dejan un vacio. Tal vez las invente, tal vez las escuche en el viento. Y también quedan muchas cosas que decirle. Por lo menos decirle adiós.
2 comments:
Perdona que haya publicado esto pero en algún lado tenía que ponerlo.
es simplemente exelente!!!!
pocas veces lei algo asi
la verdad
te felicito Gabriel
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