Saturday, June 02, 2007

1

Presentía el vapor saliendo de sus labios morados.
Adivinaba los arabescos grises cual vírgulas sonoras pintadas en el estuco enmohecido.
No quería darse vuelta.
Ya los susurros helados le horadaban el alma, y apretaba las muelas, apretaba los ojos y apretaba las sienes.
Percibía el repetitivo movimiento de su boca temblorosa y de todo su cuerpo tensado. Las fibras de cada músculo se contraían en ese gesto lastimoso, que no quería voltearse a ver.
Escuchaba el desplazamiento del aire entre los ademanes de sus manos crispadas,
que paradójicamente no parecía tener relación alguna con la agónica monotonía del tono de sus palabras.
La convulsión de los gestos histéricos contrastaba con el zumbido de un llanto contenido, uniforme y prolongadísimo, que procura no derramar ni una pizca de energía innecesaria, para poder así seguir llorando, seguir zumbando.
Está desesperada, pero es la particular desesperación del resignado, la sutil indignación de quien no duda de lo vano de su reclamo, del que ante una foto se estremece, cada vez, por una catástrofe que ya ha tenido lugar. (*)
No quería darse vuelta.
No quiero darme vuelta. No soporto verla llorar.


*Roland Barthes; "La Cámara Lúcida"

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